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Otro mundo, otra realidad (Parte III: Run to the blue!)

  • Foto del escritor: Admin
    Admin
  • 30 may 2018
  • 4 Min. de lectura

No sabíamos qué hacer… pues la actividad hacía unos minutos había comenzado, ya nuestros compañeros estaban jugando, riendo, mostrando y enseñando a los niños y adolescentes, lo cual nos preocupé bastante. Así que nos acercamos al profesor y nos dijo en un tono relajado pero acusador al mismo tiempo: “Les tocó el grupito de los adolescentes”, un grupo de cuatro jóvenes entre 13 y 17 años, que, desde luego, significó para Stephanie, Steven y yo un inicio difícil.

Los saludamos y los invitamos a seguirnos escaleras abajo, a un patio en donde comenzaríamos a hacer nuestra intervención. Sacamos unas sillas, y nos sentamos cerca. Mi compañera me dio la palabra, así que comencé con lo que todo profesor de lengua considera su “vieja confiable” de toda primera clase: Las preguntas de información personal.

“-What’s your name?” … “How old are you?” . Los chicos nos miraban confundidos, sin saber qué responder. La única mujer nos respondió tímidamente –“My name is…” y los demás chicos hacían el intento, pero la timidez los venció. Pasaba saliva, y sudaba un poco, pues no sabía cómo manejar esta situación, trataba de usar las estratagemas que suelo usar en mi trabajo, para lograr su atención. Fallé. Así que fruto de la desesperación decidí pasar a mi actividad, que consistía en describir lo que había en la comunidad del Mochuelo, lo cual planeé para que fuese hecho en parejas. Lo empezaron a hacer en español, y uno de los chicos una descripción muy amplia, mientras los demás lo miraban con cierto aire de escepticismo.

-“Quedan diez minutos, Vayan cerrando la actividad” Nos dijo el profesor. Me entró el pánico, ¡No había hecho ni una ínfima parte de lo que había planeado! Frustrado, le pedí a mi amigo que me colaborara con una de las parejas, para ver si era posible terminar el relato, mientras que yo estaba con el otro grupo, un chico hablador y sociable, mientras que el otro era taciturno. No pudimos hacer mayor cosa, Nos despedimos y. Llegó la hora de cambiar de grupo, regresamos al punto de encuentro, y esperamos a que el profe’ designara los nuevos grupos. Nos correspondió esta vez, niños de 7-11 años.

El turno de la clase le correspondió a Stephanie, cuya actividad consistió en ser “el lazarillo” de un compañero, por lo que sus ojos debían ser vendados. Los cuatro niños hicieron dos parejas, e intentaron realizar su actividad, pero podían más las ganas de jugar o de hacer tropezar al amiguito en “el inframundo”, lleno de calaveras, que como tal el cumplimiento del objetivo de la actividad: tratar el tema de la confianza entre los compañeritos. Durante el juego, atravesaron la accidentada geografía del colegio y esquivaron sus numerosos obstáculos, animales como ovejas, un caño que pasa por en medio del colegio, piedras y muchas escaleras, pues la montaña es la reina del lugar.

Finalizó la actividad. Tomamos onces. Los chicos traviesos regresaron con nosotros al aula grande, y esperamos el último cambio de clase. Ahora, tres niñas de 8 años.

Es curioso ver cómo desde las más tiernas edades los niños y niñas se diferencian, mientras que unos son más activos, las otras tratan de ser más calmadas y amorosas. Eso lo vimos cuando ellas nos recibieron con un fuerte abrazo. Una vez más me tocó iniciar la actividad. Para ellas, tenía pensado realizar un juego corto con los colores y con verbos en acción.

Primero, les hicimos un repaso de los colores, los cuales repetían al unísono: -Red -REEEED!... –Blue –BLUEEEEE!. Mientras eso pasaba alistaba algunos verbos de acción para las niñas, los cuales debían repetir y ejecutar. Y el juego empezó...

-Girls, WALK, WALK!... Y viendo que nosotros tres las guiábamos, las niñas ejecutaran empezaron a caminar erráticamente. Poco a poco fuimos aumentando de velocidad, ellas saltaron (Jump!), corrieron, (Run!), gatearon (Crawl!), nadaron (Swim!) y recorrieron el lugar de color en color, cambiando de acción, cambiando entre ellas el mando del juego… jugando entre ellas, jugando con los profes, de vez en cuando cogiéndoles la mano, mientras corrían. Cuando el juego estaba en su punto más divertido, llegó la hora del cierre.

Bajamos a la plazoleta, nos ubicamos todos para la foto protocolaria. ¡Qué difícil fue cuadrar a semejante cantidad de gente! Los niños se movían, los profesores se demoraban en ubicar, mientras que el profesor Carlos intentaba acomodarlos a todos ellos para caber en la imagen. Con micrófono en mano, daba las instrucciones para lograrlo. Después de diez minutos, se logró.

Como un buen gesto, las personas de la fundación nos convidaron a una sopa de menudencias. Ayudamos a los niños más pequeños a llevar sus platos calientes, luego, cuando ellos estaban ya comiendo, nosotros fuimos los que hicimos la fila, recibimos nuestro plato, nos sentamos. El primer sorbo fue significativo, pues hacía mucho tiempo que no tomaba esta sopa, y al probarla y sentirla me recordó las veces que la cocinábamos en mi casa, cómo menú en los tiempos más difíciles, haciéndome reflexionar sobre el significado de este humilde y sentido gesto, pues más que el “qué compartimos” está el hecho de compartir.

Ayudamos a recoger las ollas y los baldes que se usaron para la preparación de la sopa, y fuimos montaña abajo a la sede de la fundación. El paisaje fue impactante, las verdes montañas, a lo lejos el centro de la ciudad con sus inmensos edificios, y las molestas moscas que empezaron a aparecer de la nada, recordándonos la vulnerabilidad de esta población y la tragedia que vivieron hace unos años por el hecho de ser vecinos de “Doña Juana”.

Llegamos a la fundación, una casa pequeña de un solo piso, aún en obra gris, dotada de escasos cuartos, una cocina pequeña, un baño y un salón grande. En este último, estaba se ubicó una mesa en donde se ubicarían las donaciones, tanto en alimentos como en material, que íbamos a dar a la fundación. El fruto de mi trasnochada iba a tener un destino. Vino la lideresa de la fundación a darnos unas palabras: nos mencionó qué hacen ellos, cómo ella está pendiente del proceso escolar de los niños, qué planean, terminando con un sentido

¡GRACIAS!.

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