Conociendo otro mundo, otra realidad (Parte I: Bienvenido al sur)
- Admin
- 27 may 2018
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Muchas veces el confort de nuestras vidas nos lleva a olvidar, o peor aún, a ignorar las otras realidades que existen y se evidencian ante a nuestros ojos.
Día a día en una ciudad como Bogotá, hogar de más de ocho millones de almas, nos encontramos frente a frente con un sinnúmero de universos que, si intentásemos hablar de cada uno de ellos, perfectamente se nos iría ésta y muchas otras vidas, una idea de tiempo que sólo cabría en la mente de un astrofísico, aquel científico que se encarga de medir el universo y sus infinitas variaciones.
Para un humanista, por su parte, cada mente es un universo en donde los elementos que lo componen: la alegría y la tristeza; la frustración y el regocijo; la riqueza y la pobreza, la inteligencia y la estupidez, al igual que el Hidrógeno, el Helio y el Carbono, permiten que haya vida, o la llevan al mismo tiempo a su colapso, en una atmósfera, ya sea respirable de vida y optimismo, o llena de aire viciado de pesimismo, incertidumbre y muerte.
Todos estos universos pasan frente a nosotros a velocidades supersónicas, algunos sin siquiera percibirlos. Muchos chocan, otros se comparten, algunos se conocen y la mayoría se olvidan repentinamente, como si fuesen fenómenos predestinados a ser efímeros en la realidad que construimos diariamente en nuestras mentes. No obstante, siempre habrá momentos en el que nuestro universo choca con el de otra, u otras personas, dejando así una impronta en nuestras mentes que difícilmente el tiempo y el espacio en toda su relatividad diluirán.
Domingo 12:00 a.m. Un nuevo día, y una nueva preocupación. Asustado me levanto porque el día había llegado, y de mi cabeza no se habían materializado todas las ideas que había planeado para este día. Me esfuerzo, el cansancio me trata de vencer. Sin embargo, me sobrepongo, avanzo poco a poco con la ruleta, con las fichas y todo el material que quería llevar…y termino mientras el reloj sigue su caminar y el alba empieza a aparecer, incrementándose mi ansiedad y mis deseos de emprender este viaje.
Tomo una rápida ducha que me espabila. Trato de desayunar, pero el cansancio me generó un poco de náuseas, y dejo a medio terminar el café y el pan que me quitarían el hambre con el que saludé el nuevo día… igual el afán de estar a tiempo en el punto de encuentro hizo que me afanara. Llamo a mi amigo Steven, un colega profesor extranjero, a quien cité a las 7:30 a.m. en la estación de Transmilenio, y le digo: “Marica, ¡tenemos que estar a las 8:30 a.m. en el Tunal para encontrarnos con los demás!”.
Días antes, recuerdo, había pensado en invitarlo a ir, pues quería, como muestra de mi amistad, que él conociera “la otra ciudad”, ese mundo que al extranjero por extraños motivos o por vergüenza -quizás- se le suele esconder, invisibilizando esos universos que habitan las periferias y que no todos, pero sí muchos, tienen en su piel, en su mente y corazón, las cicatrices de la guerra, la pobreza y desigualdad que crecen, se controla estadísticamente, pero que en realidad parece un cáncer haciendo metástasis ante los ojos indiferentes de los demás. Cuando lo invité, dijo que sí, muy a pesar del “¡Uy no vaya por allá!”, “Lo van a robar”, “Es inseguro” e incluso… “Son pobres”, que muchos de nuestros estudiantes en el instituto privado en el que trabajamos le quisieron decir al decirles él sus planes para el fin de semana.
Nos encontramos, tomamos el Transmilenio desde el norte de la ciudad y desde un buen principio le comenté… “Vamos a conocer la ciudad de principio a fin”. El largo viaje dio para que hiciéramos las bromas que solemos hacer cuando salimos, unas graciosas, otras pesadas, pero que dentro de una amistad representa el aprecio entre los amigos: -“Uy… ¿Ya se cansó?... Pues bájese y devuélvase… ¡Lo veo!, ¡Hágalo!”. Reímos. Pasamos la sede de nuestro trabajo, las oficinas y otros sitios que habíamos visitado previamente, pero llegó un momento en que la cuenta regresiva de las calles llegó a “cero”. Y ahí fue cuando, como primera reacción (un tanto protocolaria y absurda)… le dije:
“BIENVENIDO AL SUR”

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